¿De qué hablamos cuando decimos discursos de odio?
- Franco Medina
- 16 sept 2022
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 19 ago 2024

Por Franco Medina
En las últimas semanas y a raíz del atentado a la vicepresidenta, Cristina Kirchner, el discurso de odio estuvo muy presente en la discusión pública, sobre todo en declaraciones de dirigentes políticos y medios de comunicación que señalan con el dedo culposo a ver quién de ellos los origina y quién le quita la libertad de expresión al otro, en lugar de, por ejemplo, plantearse con madurez ¿Qué origina estos discursos? ¿Cómo se retroalimentan? ¿Qué importancia tienen nuestras palabras como medios de comunicación y dirigentes políticos? ¿Y si todo empieza con las palabras?
En distintos lugares del mundo, alimentados por los prejuicios, la ignorancia y la desinformación, entre otros factores, se ven y escuchan cada vez más mensajes odiantes, no solo a dirigentes políticos, también a la sociedad en general, y no debemos olvidar que a través de estos discursos, a lo largo de la historia se legitimaron y desencadenaron genocidios, actos racistas y segregacionistas. Es un fenómeno que no debería tener grieta a la hora de ser repudiado, no admite un “ellos o nosotros”, está mal, lo haga uno o lo diga el otro.
Es importante destacar que un discurso de odio no forma parte de una crítica, al mismo tiempo, que no todo discurso agresivo constituye discurso de odio, expresa Lucas Reydó, sociólogo e investigador asistente del Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos (LEDA/UNSAM).
“La definición que manejamos desde LEDA se refiere a los discursos de odio como aquellos discursos que buscan incitar y/o legitimar la violencia, la deshumanización o la discriminación hacia individuos en función de su género, etnia, adscripción política, religión, edad o cualquier otra identidad social. Estos discursos frecuentemente generan un clima cultural de intolerancia y odio y, en ciertos contextos, pueden provocar en la sociedad civil prácticas agresivas, segregacionistas o genocidas”, agrega Lucas.
¿Quiénes son las víctimas de estos mensajes?
Hace poco más de un año que desde el LEDA estamos prestando mucha atención a los discursos de odio en redes sociales. Creemos tener los elementos necesarios para asegurar que, al menos en este ámbito, las figuras políticas son los principales objetos de odio. Los siguen los delincuentes, sindicalistas y periodistas.
Hace un tiempo se ve bastante agresividad en las calles o en las discusiones y debates, esto es culpa de los discursos de odio, o los discursos son culpa de esta agresividad?
Debería pensarse más bien en una retroalimentación de discursos odiantes antes que de un origen. Por otro lado, no debe soslayarse un contexto de crisis local e internacional. La Argentina comenzó el 2020 con una economía muy golpeada, a la que se le sumó la crisis de la pandemia, que redundó en el aislamiento prolongado y la incertidumbre económica para millones de argentinos. Cuando se comenzó a vislumbrar una salida de la pandemia, la guerra en Ucrania supuso otro golpe económico del cual el país no quedó exento. En un clima de incertidumbre y angustia como este, la sociedad civil puede tener mayor disposición a buscar chivos expiatorios para explicar su padecer. De allí, el odio está a un paso.
A raíz del atentado contra Cristina, tanto el oficialismo como la oposición, se pasan la culpa de difundir estos mensajes. ¿Hay un culpable específico? ¿Qué puede hacer el Estado para reducir estos discursos?
El atentado a la vicepresidenta puede pensarse como consecuencia de la difusión y retroalimentación de discursos de odio. Difícilmente pueda asignarse una culpabilidad específica, cuando más bien habría que analizar cuáles son los procesos de esa retroalimentación. En momentos de incertidumbre como los que me refería antes, la sociedad civil mira hacia los representantes de todo el arco político, a los medios y a los referentes de sus comunidades (digitales o "reales") buscando una narrativa que explique su angustia. En estos momentos, aquellos con mayor llegada mediática deben asumir la responsabilidad de sus palabras. No es necesario señalar a nadie en particular para saber cuáles de estos referentes no estuvieron a la altura de las circunstancias.
En cuanto a qué es lo que puede hacer el Estado, y en particular el gobierno, supone un acto profundamente político en el que todos los referentes de la sociedad civil deben recordar los consensos básicos del debate democrático. La narrativa del "ellos o nosotros" no puede ser admitida bajo ningún aspecto en una democracia que busque eliminar el odio de su vocabulario.
Situándonos en las redes, la cantidad de mensajes agresivos que hay es en parte porque el anonimato genera impunidad?
El anonimato ciertamente facilita la difusión de los discursos de odio en las redes sociales. La posibilidad de la descarga de la responsabilidad de la propia identidad a la hora de compartir un discurso odiante exime al emisor de cualquier consecuencia. Sin embargo, debe hacerse hincapié en que aquellos que eligen ponerse la máscara de la xenofobia, la misoginia o el racismo lo hacen intencionalmente, y la mediación digital de su discurso no los vuelve menos sinceros en cuanto a lo que dicen. Si alguien elige el anonimato para compartir discursos de odio lo puede hacer, en principio, de modo experimental, probando si su mensaje tiene adherencia. Cuando, bajo la máscara del anonimato, ese mensaje tiene recepción y aceptación, aquellos que lo comparten se sienten más cómodos para hacerlo en espacios no digitales. Repito, debe hacerse énfasis en esto: la línea entre lo digital y lo no-digital es cada vez más difusa, y eso incide en la transformación de todo el discurso público.
¿Los algoritmos facilitan la circulación de estos discursos?
A través del trabajo que hicimos en grupos focales en el LEDA descubrimos que existe una percepción de que las redes sociales, a diferencia de los medios tradicionales, muestran los hechos "tal cual son", en primera persona. Esta percepción olvida el rol que los algoritmos juegan en la difusión de contenidos específicos en las redes sociales, muchas veces adaptados a los consumos e intereses específicos de cada usuario. Los algoritmos de recomendación de contenidos en redes sociales se rigen por lo que algunos denominan una "economía de la atención": los mensajes que más interacciones tengan (visualizaciones, me gustas, retweets) son los más propensos a ser recomendados por las plataformas. Existen elementos para pensar que los mensajes odiantes son aquellos con más interacciones, y por lo tanto más propensos a ser difundidos.
Es cierto que también existen (aunque no conocemos bien su funcionamiento) algoritmos que las propias plataformas crean para la detección automática de ciertos discursos que podrían interpretarse como odiantes. Lo cierto es que, al menos en español, estos algoritmos no se encuentran lo suficientemente desarrollados como para detectar las particularidades de las formas y los objetos del odio de nuestro contexto.
¿Qué peligros representan estos discursos para la democracia? y ¿Cuál es el límite con la libertad de expresión?
Los peligros que los discursos de odio representan para la democracia son de alguna manera evidentes para toda la sociedad civil a esta altura. A lo largo de la historia, los discursos de odio han sido antesala de pasajes a actos agresivos, segregacionistas y hasta genocidas. Por otro lado, mucho se ha dicho sobre los riesgos que supone hablar de discursos de odio con respecto a la libertad de expresión. Creo pertinente hacer dos consideraciones al respecto de ello. La primera es que cuando hablamos de discursos de odio, la palabra "prohibición" representa un porcentaje extremadamente marginal de lo que se puede hacer al respecto. Pueden realizarse, antes bien, trabajos pedagógicos sobre la responsabilidad del discurso en todos los niveles institucionales imaginables, ya sea en escuelas, universidades, instituciones privadas y gubernamentales. La segunda consideración corresponde a la noción misma de la libertad de expresión. Usualmente, quienes dicen preocuparse por la libertad de expresión al respecto de los discursos de odio nunca se preguntan por la libertad de expresión de aquellos que con sus discursos acallan y deshumanizan. ¿Dónde está la libertad de expresión de los sectores más postergados de lo social?
¿Qué podemos hacer como ciudadanos para no promover y reducir estos mensajes?
Ya existen herramientas para la denuncia de mensajes discriminatorios o violentos en casi todas las redes sociales de uso común. En climas de intolerancia como el actual, es preciso hacer un uso crítico de las redes que implique un proceso autoreflexivo de no inmiscuirse en el espiral de odio que algunos mensajes buscan incitar en uno mismo. Evitar responder a esos mensajes redoblando la apuesta violenta es, en principio, una práctica potable. Debe aclararse: ninguna de estas herramientas es suficiente para detener la circulación de discursos de odio, y son el Estado y la sociedad civil los que deben dialogar de forma democrática y plural con estas plataformas para detener la espiral de violencia discursiva.
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