Haití asediado: Racismo estructural, abandono regional y terrorismo local
- Franco Medina
- 28 abr
- 4 Min. de lectura

Por: Jackson Jean
Haití, la primera república negra del mundo, símbolo de resistencia anticolonial desde 1804, se encuentra hoy sumida en una de las crisis humanitarias más profundas de su historia reciente. Mientras las portadas internacionales se llenan con imágenes de violencia, migración forzada y control territorial por parte de grupos armados, pocas se detienen a explicar lo esencial: esta crisis no es solo política o económica, sino también racial, estructural e histórica. Y es el silencio —cuando no la hipocresía— de la región y del mundo lo que perpetúa la tragedia haitiana.
A pesar de contar con una Constitución progresista que garantiza igualdad ante la ley y derechos fundamentales, Haití sufre una brecha abismal entre los principios y la práctica. El racismo que atraviesa su realidad es multiforme: está en el interior del país, en las relaciones de poder que privilegian el color de piel, el idioma francés y la clase; pero también en el exterior, en la forma en que se trata a los haitianos migrantes, en las políticas migratorias restrictivas, en los silencios diplomáticos cómplices y en la ayuda internacional condicionada.
El país ha sido víctima de fenómenos como el volun-turismo, el sex-turismo y lo que podríamos llamar una “soft invasion”, donde ONGs y organismos internacionales, mayoritariamente blancos y extranjeros, ocupan espacios institucionales y comunitarios sin rendición de cuentas a la población local. Las voces haitianas, particularmente de las comunidades negras rurales y urbanas pobres, han sido sistemáticamente silenciadas.
A este panorama se suma un actor clave: el abandono regional. Pocos son los países latinoamericanos que se pronuncian con fuerza ante crisis en otras latitudes, la crisis haitiana se enfrenta a la indiferencia o, peor aún, a políticas de expulsión y represión migratoria. En la República Dominicana, más de 200.000 personas de ascendencia haitiana han sido desnacionalizadas. En Estados Unidos y Canadá están en peligro frente a los abusos de las fuerzas del orden o se los encierra en centros de detención sin dignidad. En países como Chile, Brasil, México o Argentina, los haitianos viven bajo un racismo estructural que los empuja a la informalidad, al hacinamiento, a la invisibilidad.
La comunidad internacional, lejos de contribuir a soluciones duraderas, ha sostenido un ciclo de intervención que refuerza la dependencia. Las Naciones Unidas, la OEA, las ONGs y los gobiernos del Norte Global han emitido recomendaciones, pero todavía nadie ha asumido su responsabilidad en la reconstrucción de un país que aún paga por haberse atrevido a romper con el sistema esclavista. En lugar de cooperar y/o apoyar políticas públicas en materia de soberanía alimentaria, educación descolonizada o sistemas de salud pública en Haití, se apoya a una élite nacional desconectada del pueblo y se priorizan agendas de seguridad que terminan militarizando la pobreza. Hoy, grupos paramilitares controlan el 80% de la capital de Haití. Pero esos grupos no nacieron de la nada: surgieron al calor de décadas de colapso institucional, exclusión social, abandono estatal y sobre todo, de la injerencia y financiamiento exterior.
En paralelo, el racismo ambiental afecta gravemente a las comunidades afrodescendientes, desplazadas por proyectos extractivos y vulnerables al cambio climático. Más del 70% de las comunidades afectadas por la deforestación de las empresas multinacionales europeas y norteamericanas en Haití son afrodescendientes, sin acceso a justicia ambiental ni representación jurídica y política.
La educación, lejos de ser un puente hacia la inclusión, reproduce la exclusión: el francés sigue siendo la lengua del poder, aunque solo el 5% de la población lo domina. El créole haitiano, lengua materna del pueblo, es marginado e incluso todavía castigado en las escuelas ya que sigue siendo la lengua de “prestigio”, del acceso al poder y a mejores empleos perpetuando así la diglosia como instrumento de exclusión. Esta violencia simbólica es cotidiana, y está profundamente naturalizada. A esto se suma una creciente vodoufobia que criminaliza prácticas espirituales afro haitianas, negando el derecho básico a la identidad cultural sin profundizar que la religión vudú es el único espacio de inclusión y protección de la comunidad LGBTQI+ haitiana.
¿Qué se necesita hoy? Haití no necesita más ayuda, necesita justicia racial, reparaciones históricas, descolonización institucional y soberanía política. Es urgente un plan regional de corresponsabilidad que no repita las lógicas de dominación. Es fundamental escuchar a las comunidades haitianas organizadas, dentro y fuera del país, que han propuesto planes de reconstrucción con enfoque de derechos humanos, economía solidaria y justicia climática.
Haití no es un “Estado fallido”. Es un Estado asediado. Por su historia rebelde, por sus recursos, por su color. Es hora de que el mundo —y especialmente América Latina— deje de mirar hacia otro lado y se comprometa con una salida digna, inclusiva y verdaderamente haitiana.
¿Los países latinoamericanos aún no entienden que Haití ha sido usado como un laboratorio geopolítico, racial y económico? ¿Cuándo se darán cuenta de que lo que ocurre en Haití hoy puede repetirse en cualquier otro rincón del continente mañana? La historia nos está hablando. ¿Quién está escuchando?
Jackson Jean es consultor en políticas públicas e internacionales, comprometido con los derechos humanos, la justicia social y las causas afrodescendientes. Es cofundador del programa de Investigación y extensión sobre afrodescendencia y Estudios Afrodiaporicos (UNIAFRO) en la Universidad Nacional de San Martín (Argentina) y colabora con instituciones como la Universidad de Nueva York en Estados Unidos sobre la cuestiones de migraciones y la Universidad de las Indias Pacíficas (UWI) en Jamaica sobre la cuestiones de justicia reparadora socioeconómica. Titulado en comunicación & defensa nacional (UNDEF), política internacional (IFPyGP) y gestión legislativa & políticas públicas (UNSAM), participa regularmente en conferencias académicas y medios de comunicación. Su trabajo se centra en las migraciones, la cooperación internacional y los movimientos sociales.
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